jueves, 2 de junio de 2016

Amanecer

A pesar de la calma nocturna, las aspas del molino se cimbreaban como sí quisieran girar con una inercia antigua. Una grieta se extendía desde la base hasta uno de los ventanucos, tan marcada y profunda que podía verse incluso en medio de la lúgubre luz del primer albor. Don Alonso Quijano hizo una seña a su noble escudero Sancho, y éste desmontó de su pollino, abrió las alforjas y sacó de ellas unos retales hechos de sábanas gastadas, remendadas a lo largo. Con cierta maña y no pocas penurias, fueron subiendo a las aspas, una por una, cubriéndolas con aquellas lonas improvisadas, que sujetaron a la madera con cuerda de cáñamo.



Una vez concluida la labor, regresaron al lugar donde aguardaban sus rocines. Sancho aprovechó entonces para equilibrar el peso de las alforjas, Don Alonso se alzó en su montura y, lanza en ristre, esperó a que el aire del amanecer hiciera el resto.