domingo, 15 de mayo de 2016

Paraíso

Un ligero viento acariciaba las hojas del cocotero. El hombre extendió su brazo asiendo en la mano el recipiente peludo del cóctel dulzón hasta hacer coincidir su silueta con la de uno de los frutos inmensos que pendían de aquél árbol generoso. Luego simuló recogerlo con un movimiento pausado hacia sus labios y, deteniendo el tiempo, degustó el brebaje a pequeños sorbos. Sin darse cuenta, su mente comenzó a divagar acerca de la composición de aquella mezcla: una buena dosis de agua de coco salvaje, bien cargada de pulpa, un chorro de ron cristalino, algo de azúcar, y un toque secreto que no supo determinar , aunque creyó reconocer su ligero sabor a placer y libertad. Absorto en su cábala, el efecto del alcohol y de la brisa fue sumiéndole en un sueño de paz mientras el sol tendía su manta anaranjada.

Cuando despertó, la hipoteca todavía estaba allí.



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